lunes, noviembre 13, 2006

Entering El Daba

Miles de kilómetros de tierra árida, inundadas de arena y sal, arañados por el impasible sol y mecidos por tiranos vientos es tódo lo que tus ojos alcanzarán en tal abrumadora y a la vez terrible imágen.

No hay nada más alla hacia donde reclines tus miradas, no por que sepas qué hay sino por que no quieres saber lo que hay...

El traqueteo del vehículo impide una leve cabezada mientras intento como puedo sentarme cómodamente, aunque es casi mejor que dormir mal y acabar con dolor de cuello junto a un bronceado demasiado apurado como extra en el tratamiento. El aire cargado de arena no nos alivia en absoluto y comienza a hacerme mella el maldito sirocco, que me hace sentir como esponja a la que mojas y resecas una y otra vez.

Mirando al horizonte y evitando el sol de poniente dislumbro algo entre el efecto agua del calor, tan solo unas leves líneas que confirman mi suposición: estamos llegando.

De pronto, de entre el sibilante sonido de las corrientes bajas un rumor bajo se deja oír como el murmullo de una tormenta lejana,y sube de tono a una velocidad de espasmo, pasando de un leve quejido a un bramido sordo y rugiente, provocando una sombra en forma de cruz sobre nosotros y dando mas hálito a la corriente cálida del desierto.

Un viejo Spitfire acaba de hacer una pasada sobre nosotros; una joya que aún sabe brillar como sólo una joya de la corona británica sabe hacer, se alza hacia el anaranjado cielo como queriendo surgir del fuego y la sal del más infernal y remoto lugar dejado de la mano de dios. Ya alejándose, solo oyéndose su leve quejido apagado que calla y guarda cosas que uno jamás creería que pudieran hacerse, ladeó rumbo noreste mediante una maniobra entre el medio tonel y un immelman.

Un acelerón me devolvió a mi sitio, a mi agujereado y trastocado asiento en la parte de atrás de un viejo camión. Pese a mi fatiga y la imperante necesidad de una ducha fría, mi mente no dejaba de recordar esa imagen del ángel con la espada flamígera sobrevolándonos como augurio misterioso, un reclamo hacia lo incierto o el peligro.

No había terminado de pensar éso cuando noté el decelerar del camión; pasamos casi a ralentí por un pórtico alto y ornamentado al estilo árabe, tan alto que hasta Atila, de haber pasado por aquí, habría entrado montado sobre un caballo como silla de montar de su elefante. Finalmente, el vehículo se detuvo en una placeta pequeña, junto a un destartalado carro de tiro, y de pronto el olor a humo me llegó como una socarrona bienvenida, acompañando una carga de desilusión y llantos los rostros de personas cuyas vestimentas y turbantes de agrios colores mermaban toda esperanza en mi corazón cual puñal desgarrando poco a poco la piel.

Nos ordenaron bajar del vehículo y preparé el equipo casi mecánicamente. Pese al humo, esbocé mi mejor sonrisa tratándo de animarme y olvidar el dantesco panorama. Me dirigía hacia donde se agolpaban mis compañeros cuando casi derribo a un chiquillo que cruzaba a toda mecha la placeta. El golpe lo dejó aturdido y cayó al suelo, tomando su cara un color blanquecino mezcla del polvo levantado por la caída; pero fue al mirarme cuando realmente palideció. Para el era todo un extraño, y lo sabía pese a no tener ninguna intención de hacerle daño; aun con toda mi buena fé, al intentar agacharme y ayudarle se retiró, medio asustado e inseguro.

Me paré por un momento, y entonces fue cuando lentamente saqué de mi bolsa personal un paquetito de chocolate que guardaba desde hacía unos días, mientras el chiquillo me miraba como si no entendiera qué estaba haciendo, con unos ojos de un azul profundo, inocentes a la desgarradora y cruel realidad que le envolvía. Dirigí mi mano con el paquetito hacia la suya, que temblaba de puro nervio, y la coloqué contra todo pronóstico casi sin dificultad. Lo agarró lo mejor que le dejaba su miedo y me miró, a lo que le respondí moviendole la cabeza, asintiendo que se lo quedara.

No le dió tiempo para agradecermelo, pues volvió a salir raudo hacia un callejón y lo perdí de vista en un simple parpadeo. Suspiré medio socarrón como diciéndole "de nada" y volví a lo mío. Y mientras tiraba de las asas de mi petate para asentarlas sobre mi espalda lo oí de nuevo. Aquel leve rugido como de león paciente y guardián de esperanzas remotas. Y entonces comprendí lo que quería decirme...

"Bienvenido..."

2 Comments:

Blogger Sr. BoL said...

HIPPIE!!!

sáb nov 18, 01:27:00 a. m. 2006  
Anonymous Anónimo said...

Pedazo frikada Callofdutiana wwiiera...

deja las drogas y estudia, coño!

lun nov 20, 01:08:00 a. m. 2006  

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